viernes, 1 de junio de 2012

Un día cualquiera

Como hacía cada mañana un tiempo atrás, se levantó temprano aunque no tuviera prisa.

Desayunó algo tan rápidamente que no necesitó siquiera sentarse o salir de la cocina y apenas acompañó el pequeño sándwich con un sorbo de café con leche, lo que le permitió llevarse el enorme tazón del líquido marrón a la habitación que hacía las veces de estudio para sentarse frente al ordenador y enfrentarse a la pantalla en blanco por primera vez después de tanto tiempo.

La última vez que había hecho aquello lo hizo en un sitio diferente: se había despertado en una cama más pequeña que la de ahora, había desayunado en una cocina con otros colores y se había sentado a escribir en una habitación en la que la luz de la ventana entraba con un ángulo que evitaba que se reflejara en la pantalla. Ese día, tras muchos cambios y demasiado tiempo, había decidido que había llegado la hora de volver a hacer aquello.

domingo, 1 de mayo de 2011

Cerebros - I

Dedicado a todas nuestras madres.

Después de todo, esto no está tan mal. Hay días buenos y días malos, claro, pero no tener tantas preocupaciones como antes es un gran punto a favor: lo único en lo que tengo que pensar es en comer cerebros, y ni siquiera lo hago a diario.

Paso la mayor parte del día disfrutando del buen tiempo que hay en el sur. El haber perdido la nariz ha resultado ser una bendición, porque hace mucho tiempo (no sé cuanto, porque el paso de los días ya no es importante) que no me lavo y mi cuerpo medio descompuesto no debe dar muchas alegrías al olfato con el calor del Sol.

En uno de mis paseos encontré a un grupo de "gente como yo" (ahora nos llamo así) bastante agradable, pero por desgracia la mayoría tiene serios problemas para vocalizar correctamente por falta de piezas necesarias para ello, así que las conversaciones suelen ser bastante cortas y se centran en temas básicos, como "dónde localizar cerebros", "evitar las trampas más habituales de los cerebros", "el sabor del pollo: ¿era dulce o salado?" o "¿hay no-vida más allá de la no-muerte?".

Los días malos son aquellos en que me vence "el ansia". Puedo pasar sin comer cerebros varios días, pero cuando el hambre se apodera de mí no puedo pensar y acabo haciendo alguna tontería, como aquella vez en la que perdí la nariz o aquella otra en la que reventé una muñeca hinchable de un mordisco: eso fue desagradable.

Pero, como decía antes, esto no está tan mal.

martes, 12 de abril de 2011

Leslie y Terry

Dos tipos de mediana edad entran en el vagón por puertas diferentes. Al no haber asientos vacíos, se quedan de pie. Un minuto después un señor mayor se levanta y se dirige a una salida mientras los dos primeros se mueven para ocupar el puesto del tercero rápidamente hasta encontrarse cara a cara delante del hueco que ha quedado entre dos viajeros. Entonces, uno de los que iba a sentarse le dice al otro:

- ¡Mira detrás de ti! ¡Un mono de tres cabezas! - y aprovecha para sentarse tranquilamente mientras el otro se gira. Al darse cuenta del engaño, se enfurece rápidamente.

- ¡Falsario! ¡Maldito seáis tú y tu estirpe de alimañas embusteras! - le increpa apuntándole con el índice, el brazo temblando de pura rabia. - ¡Sierpe mentirosa! ¡Ojalá te pudras en el más profundo de los infiernos durante dos eternidades consecutivas!

viernes, 8 de abril de 2011

Artista becario XI - una de aventuras

Hoy presento un encargo de hace tiempo: que realizase un pequeño dibujo del que fue, posiblemente, el mejor personaje de películas de aventuras hasta que... decidieron hacer una cuarta entrega, casi treinta años después de la primera y viente después de la tercera.

Sin más, presento al Dr. Jones:

martes, 5 de abril de 2011

Zombi(e)s - III

Continuación del relato: si no ha leído las entregas anteriores, aún está a tiempo.

Allí estaba yo, en el suelo, rodeado de una marabunta de gente medio podrida, que me escrutaba intentando averiguar si era uno de los suyos o si por el contrario iba a ser el plato principal del día. Se acercaban despacio, con sus ojos (en los casos en que conservaban los dos) puestos en mí. En su estilo habitual, avanzaban despacio, como si intentaran hacerse los interesantes, igual que una novia el día de su boda; pero en esta ocasión yo ya sabía que aquello no iba a terminar bien.

Decidí que lo mejor era intentar convencerles de que era como ellos, así que comencé a emitir uno de aquellos gemidos graves, eternos, monocordes, sin sentido. Aquello no parecía ser suficiente para mi público, así que decidí completar mi actuación con algo de movimiento. Sutilmente agarré el brazo del cadáver andante que me había salvado la vida y lo alcé. En realidad, sólo pude intentarlo.

viernes, 24 de diciembre de 2010

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Anteriormente, en Zombi(e)s

Nuestro héroe protagonista se encuentra solo, en un edificio asediado por gente podrida. Cuando éstos consiguen entrar, aquél se dirige a la azotea. Al llegar allí, la peste de la calle le hace vomitar. Para terminar de asentarse el estómago, se fuma un puro mientras hace un breve repaso a su vida. Acercándose al borde de la azotea se piensa dos veces si realizar lo que tiene en mente, pero finalmente se lanza al vacío (después de decir unas emotivas últimas palabras), aterrizando sobre un cadáver andante. Resulta herido, bastante herido: sólo puede ver cómo los muertos andantes se acercan a él, lentamente, mientras intenta pensar en algo.

Mientras, en su madriguera, el Conejo de Pascua intenta adivinar qué clase de mente enferma había decidido que para celebrar la llegada de la primavera un conejo entregaría huevos de chocolate. La parte de envolverlos en papeles de colores y esconderlos (esto último sólo un poco, porque debían ser encontrados) era un juego de niños, pero conseguirlos... eso que era un problema. Se juró a sí mismo que, si algún día encontraba al responsable, se lo haría pagar caro. La voz del médico interrumpió sus maldiciones: "Viene otro, y es grande. Mantén el ritmo de respiración."

miércoles, 30 de junio de 2010

El agujero

Corro a un ritmo medio, haciendo ejercicio, por la ciudad.

No conozco la calle en la que estoy. Es peatonal y los edificios que la forman son altos y antiguos.

Es de noche, pero las farolas proporcionan buena visibilidad, incluso con esa luz amarillenta. Me permiten ver que la rejilla que cubre un agujero de ventilación del suburbano (o al menos eso parece: en un agujero profundo, rectangular, de un par de metros de lado) está mal colocada, haciendo equilibrio.

Me desvío unos metros a la izquierda para evitar la rejilla y sigo mi camino.

Al llegar al final de la manzana, me cruzo con una mujer mayor. Parece estar cerca de los setenta por el pelo cano y las arrugas en la cara. Mueve el bastón blanco rítmicamente de lado a lado, golpeándolo repetidamente contra el suelo. Continúa su camino por la calle por la que yo venía.

Giro a la izquierda siguiendo mi camino -sin saber a dónde me lleva-. Unos metros después me doy cuenta de que la mujer es ciega, y de que posiblemente se dirija al agujero con la rejilla inestable.

Doy la vuelta y llego a la esquina. Me asomo y miro.

La mujer va en línea recta hacia el agujero. Aún no ha llegado. Sólo le faltan unos pocos pasos.

Va a tocar la reja con el bastón y pensará que no hay peligro, me digo. Pero en cuanto reciba el peso de la mujer ciega, se caerá. Al vacío. A la oscuridad.

No digo nada. Simplemente miro, agazapado en la esquina, cómo la mujer se acerca al agujero.