Continuación del relato en tres entregas, cuya primera parte podéis leer aquí.
Caminé hasta el borde de la azotea, mordí los extremos del puro de la victoria (pírrica, en este caso) y lo encendí al grito de “¡vivan los novios!”. Me senté a recordar tiempos mejores, cuando lo tenía todo: dinero, familia, amigos… luego, llegó el infierno. Tuve una parte de culpa en todo este asunto, lo reconozco. Aunque en mi defensa debo decir que también tuvo algo que ver aquella secretaria rubia recién salida de la academia. Y la hermana de Felipe, que por entonces era soltera y no tenía las ataduras que yo llevaba pero que fingía no ver. Ah, sí, y aquella alemana que vino de la central a investigar unos asuntos del departamento de ventas. De la morena del bar en aquel pequeño pueblo costero prefiero no acordarme, aún tengo pesadillas recordando su sorpresa. Un golpe contra la puerta metálica de la azotea interrumpió mi orgullosa enumeración, así que para resumir diré que todo aquello se llevó a mi familia, mi familia me dejó sin dinero, y con el dinero se fueron mis amigos. Pensándolo mejor, me alegro de que los zombis se los comieran a todos.
Para no terminar como todos ellos, me acerqué al borde de la azotea, dispuesto a dejar sin cena a los engendros que intentaban abrir la puerta. Asomándome, miré a la calle desde las alturas. El vértigo pasó a visitarme, acompañado por el instinto de supervivencia. Lástima que no tuviera el teléfono de Tánatos para que pudiera rebatir los argumentos de la pareja de espontáneos. El debate terminó cuando por fin la gente podrida echó la puerta abajo y se dirigieron hacia mí. Esta vez decidí no mirar al vacío y subí a la cornisa. Como vi que aún podía decir unas últimas palabras, pensé decir algo. No tenía el cerebro preparado para aquello, así que tuve que soltar lo primero que se me pasó por la cabeza, que fue “podréis quitarme la vida, pero nunca podréis quitarme… ¡el groove!”. Por supuesto, tuve que acompañar tal afirmación con unos breves (muy breves) pasos de baile.
Y después me tiré al vacío.
Esperaba… bueno, no sabía lo que esperaba. Quizá nada. O llegar a algún sitio, ya fuera bueno, malo o regular (me imaginaba que en mi caso, sería la segunda opción). O despertarme como un insecto. Cualquier cosa. Pero no me esperaba dolor: no es que hubiera calculado mal la altura, sino que había aterrizado sobre un cadáver andante. Me encontraba en la calle, mezclado con el tipo sobre el que había caído, sin saber a cuál de nosotros pertenecían los brazos y las piernas que veía. Lo poco que sentía era dolor. En todo el cuerpo. Incluso en sitios que no sabía que pudieran doler.
Y por supuesto, la plaga de zombi(e)s que había en la calle me miraba. Arg.
miércoles, 16 de junio de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
4 comentarios:
Cagarse de miedo y partirse de risa es peligroso... sobre todo si se hace a la vez. Y aún más si te pasa en el curro!
Jodidos zombies, hermano!
más, más
waaaaaaaa :O
me gusta! me gusta! me acabas de animar los examenes... ahora quiero que los zombis se coman a los profes! XD bueno solo a los que intenten putear al personal, al resto le dejo que pueda escapar, si es que pueden wjajaja
Un saludako! ;)
Desde la redacción debemos criticar duramente las opiniones que nos han llegado por distintos medios (facebook, comentarios en el blog, palomas mensajeras...) deseando que una plaga de zombi(e)s devore a sus profesores, comañeros de trabajo, suegras, jefes, a la plantilla completa del F.C. Barcelona, etc.
Lo hacemos pensando en estos pobres seres, que son como peces de acuario: si tienen la comida delante no paran hasta reventar (en este caso, literalmente). Y nos tienen que durar al menos otra entrega. Después, intentaremos hacerles llegar un par de ellos a quienes lo soliciten, bajo su responsabilidad.
Atentamente,
la redacción.
Publicar un comentario