miércoles, 8 de julio de 2009

En la terracita

Aprovechando un descanso de mi trabajo, que me obliga a pasar muchas horas andando por la calle, fui el otro día a tomar algo en la terraza de un bar que vi en la acera de una ancha avenida. Me senté y esperé a que viniera el camarero a tomar nota, pero como estaba bastante ocupado porque era hora la hora punta del aperitivo, tuve que pedirle la caña "al vuelo" mientras pasaba en uno de sus viajes relámpago; la velocidad a la que caminaba intentaba apostarse el sueldo con la del sonido, porque aunque iba un poco por detrás parecía que sólo le estaba dando ventaja para que se confiara. Mi elección, por otra parte, fue algo de lo que me arrepentí después. En su camino de vuelta al aire acondicionado que prometía la seguridad del interior del local, el mencionado camarero me hizo saber que había apuntado con una frase rápida sin necesidad de mirarme directamente, buscando recoger un pago o unas propinas.

Un par de minutos después apareció el individuo del mandil blanco con mi caña sobre la bandeja y algunos pedidos de otras mesas. Los cabellos de su despeinado flequillo ondulaban hacia delante por la súbita desaceleración -estos bruscos cambios de ritmo que jugaban con el continuo espaciotiempo eran claramente la causa de la desorganización que mostraba su melena- y el resto de su persona se acercaba a mí con menos turbulencias mientras la expresión de su rostro fue cambiando, con varias etapas intermedias pero sin duda desde la que se podría calificar de Me vendría bien una propina cuando se marche, caballero a la de ¿Quién ha dejado pasar a la zarigüella de los vecinos, que la última vez se entró en casa se comió al tío Herbert?

- Aquí tiene su cerveza -fue la épica frase con la que acompañó el solemne gesto de dejar el vaso con el dorado líquido sobre la mesa de material inclasificable.

- Perdone, ¿podría traerme alguna tapita o algo así? ¿tienen alguna especialidad de la casa?

- Pues sí, tenemos una: -hinchazón de fosas nasales antes de continuar- le podemos poner una de mierda pinchada en un palo, ¿que le parece?

- Hombre, así de primeras no suena muy apetecible al paladar...

- Pues si no le abre el paladar pruebe a metérsela por el orto.

- ¡Imbécil! -esto lo añadió una señora de cierta edad que estaba en la mesa contigua mientras se incorporaba de un salto desde su silla hasta quedar frente a mí y al lado del camarero, posicionándose del lado de este último y, más claramente, en mi contra.

Fue un movimiento bastante ágil para alguien con sus años y que remató inmediatemente después con lo que hubiera sido un golpe ganador si estuviera disputando un partido de tenis, pero que en este caso tomó la raqueta-vaso a mitad de recorrido y lanzó la pelota-cerveza al final de éste; tuve que concederle el punto porque el proyectil golpeó mi cuerpo y no pude devolvérselo, es el problema que tienen la mayoría de los líquidos cuando impactan contra la mayoría de los textiles. Ahí me arrepentí de haber pedido la caña, porque me quedaba media jornada de caminar por las calles de la ciudad a temperaturas sofocantes con mi uniforme empapado en cerveza.

Son gajes del oficio, estas cosas pasan. Y es que ya me decía mi madre que la gente no tiene el mismo respeto a los policías que a los que ponemos multas de estacionamiento.

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