miércoles, 30 de junio de 2010

El agujero

Corro a un ritmo medio, haciendo ejercicio, por la ciudad.

No conozco la calle en la que estoy. Es peatonal y los edificios que la forman son altos y antiguos.

Es de noche, pero las farolas proporcionan buena visibilidad, incluso con esa luz amarillenta. Me permiten ver que la rejilla que cubre un agujero de ventilación del suburbano (o al menos eso parece: en un agujero profundo, rectangular, de un par de metros de lado) está mal colocada, haciendo equilibrio.

Me desvío unos metros a la izquierda para evitar la rejilla y sigo mi camino.

Al llegar al final de la manzana, me cruzo con una mujer mayor. Parece estar cerca de los setenta por el pelo cano y las arrugas en la cara. Mueve el bastón blanco rítmicamente de lado a lado, golpeándolo repetidamente contra el suelo. Continúa su camino por la calle por la que yo venía.

Giro a la izquierda siguiendo mi camino -sin saber a dónde me lleva-. Unos metros después me doy cuenta de que la mujer es ciega, y de que posiblemente se dirija al agujero con la rejilla inestable.

Doy la vuelta y llego a la esquina. Me asomo y miro.

La mujer va en línea recta hacia el agujero. Aún no ha llegado. Sólo le faltan unos pocos pasos.

Va a tocar la reja con el bastón y pensará que no hay peligro, me digo. Pero en cuanto reciba el peso de la mujer ciega, se caerá. Al vacío. A la oscuridad.

No digo nada. Simplemente miro, agazapado en la esquina, cómo la mujer se acerca al agujero.

miércoles, 16 de junio de 2010

Zombi(e)s - II

Continuación del relato en tres entregas, cuya primera parte podéis leer aquí.

Caminé hasta el borde de la azotea, mordí los extremos del puro de la victoria (pírrica, en este caso) y lo encendí al grito de “¡vivan los novios!”. Me senté a recordar tiempos mejores, cuando lo tenía todo: dinero, familia, amigos… luego, llegó el infierno. Tuve una parte de culpa en todo este asunto, lo reconozco. Aunque en mi defensa debo decir que también tuvo algo que ver aquella secretaria rubia recién salida de la academia. Y la hermana de Felipe, que por entonces era soltera y no tenía las ataduras que yo llevaba pero que fingía no ver. Ah, sí, y aquella alemana que vino de la central a investigar unos asuntos del departamento de ventas. De la morena del bar en aquel pequeño pueblo costero prefiero no acordarme, aún tengo pesadillas recordando su sorpresa. Un golpe contra la puerta metálica de la azotea interrumpió mi orgullosa enumeración, así que para resumir diré que todo aquello se llevó a mi familia, mi familia me dejó sin dinero, y con el dinero se fueron mis amigos. Pensándolo mejor, me alegro de que los zombis se los comieran a todos.

lunes, 7 de junio de 2010

Zombi(e)s - I

Comenzamos un relato corto que ocupará dos o tres entregas.

Les oí subir las escaleras. Qué demonios, ya les oía cuando estaban en la calle, dando vueltas a la manzana, buscando un hueco en la pared, como si no fueran capaces de reconocer una puerta. Sus gemidos absurdos, monosílabos, incapaces de terminar siquiera una palabra, se sumaban unos a otros sin ritmo, tono ni sentido. Fue entonces, el día en que se acabó el mundo, cuando descubrí algo que sonaba peor que Enrique Iglesias en directo.