lunes, 28 de septiembre de 2009

Las vacas mugen (III)

Las vacas mugen.

Es su forma de expresarse, de relacionarse, de comunicarse con otras vacas. Muchas veces los mensajes son sencillos como "esta hierba está rica", "uff, qué bochorno" o "vaya siestaca me voy a pegar hoy". Otras veces, sin embargo, se trata de comunicaciones más interesantes, como es el caso de las investigaciones científicas que comentamos en el artículo anterior.

Estas investigaciones no siempre obtienen respuestas. Es un duro golpe cuando se dedican varios años de la vida de vacas jóvenes y prometedoras a un proyecto sin conseguir nada; millones y millones de dólares de financiación tirados a los cerdos. Cuando las preguntas que intentaban responder los estudios sobre la vida, el universo y todo lo demás dejan a las vacas en un callejón sin salida la mayoría decide salir por donde ha entrado y buscar otro paso entre los edificios para llegar al bar que hay al otro lado del bloque de ladrillos. Otras optan por mirar a su alrededor y, en un intento que algunos considerarían desesperado, pensar que esa escalera de incendios oxidada y de un equilibrio dudoso es una buena opción para llegar a la azotea y así, como un deshollinador bovino, atravesar los tejados para descolgarse usando la técnica de rápel al otro lado de la manzana. Una forma breve de referirse a este camino podría ser religión.

La religión y las vacas, un tema que trataremos en próximos programas.



                                 (MU)

sábado, 26 de septiembre de 2009

Autobiografía I

El Caballero que dice Ni nació hace algún tiempo en un planeta de nuestra galaxia. Desde entonces han pasado varias cosas en su vida y ha utilizado lo que lleva de vida para hacer otras tantas; porque no son lo mismo las cosas que le pasan a uno que las cosas que uno hace. Por ejemplo: algo que hace una persona es cruzar una calle, mientras que algo que a uno le pasa sería un camión por encima.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Artista multidisciplinar (y VI)

Aunque la redacción no esté conforme, como artista me veo en la obligación de escribir lo que me parezca en cada momento, así que os presento otro texto en la línea del anterior. Quizá sea el último. En cualquier caso, ha sido un placer escribir para ustedes.

Me preguntas si te recuerdo.
Si aún te echo de menos en la oscuridad de mi habitación,
si aún pienso en ti cuando escucho aquellas canciones.

Me preguntas todo eso, y no soy capaz de responderte.
No me llega la voz, después de tantos años...
No seré capaz de contestar, aunque sé muy bien la respuesta.
Demasiado bien.

Entonces te interesas por mi pequeña, que aún duerme en mis brazos.
Me preguntas su nombre.
Escuchas mi respuesta entrecortada, tus ojos brillan.
Te pido que te vayas antes de que vuelva mi mujer,
mis ojos te lo suplican.

Sales de mi casa sonriendo: sé que esta vez sí volverás.
Esta vez soy yo quien no quiere que lo hagas.
Porque sé que destruirás la vida que he conseguido.
Otra vez.

Nota de la redacción: debido a los retrasos en el plazo de entrega del redactor que escribía esta columna y las divergencias con la línea editorial definida por nuestra dirección, nos hemos visto obligados a prescindir de sus servicios y sustituir esta columna por otra fija y periódica en próximas fechas. Disculpen los retrasos.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Consejos (V)

Hace tiempo que no aconsejamos como es debido. Hoy regresamos con un consejo para los que gustan de asistir a espectáculos sonoros:

- cuando vayáis a un concierto no os dediquéis a cantar todas las canciones de principio a fin intentando que vuestra voz quede por encima de la del cantante: Eso sería como ir al museo del Prado y ponerte a dibujar monigotes en una libreta con un bolígrafo rojo. A la pata coja. Y con los ojos cerrados.

Gracias por no destruir los oídos de vuestros acompañantes y del resto de asistentes.

lunes, 14 de septiembre de 2009

El Leprechaun

Durante uno de mis varios viajes a las bellas tierras de Irlanda por motivos de trabajo -que gracias a un bote de la lotería europea consistía básicamente en mantenerme el máximo tiempo posible alejado de mi familia- conocí en una taberna, además de a la tradicional docena de borrachos y otra media de alcohólicos, a uno de esos duendecillos que en la isla llaman Leprechaun.

Este ser tan peculiar con el que disfruté varias pintas de cerveza tostada tenía desde luego un estilo de vestir propio que debía ser elegante desde cierto punto de vista -probablemente el de las criaturas feéricas de menos de medio metro de altura. Llevaba un traje negro de raya diplomática roja sobre una camisa negra y una corbata también roja, acompañado de un sombrero rojo con cinta negra y zapatos negros con una gruesa hebilla que, como la que sujetaba la tira del sombrero y los botones del traje era de oro. El oro brillaba como si su función no fuese decorativa sino iluminativa -desde luego no le haría falta llevar un chaleco amarillo en su minicoche. Pero el rojo de su ropa era incluso más llamativo: parece que el diseñador hubiera utilizado metros de tela blanca y una caja de ceras de colores. Y que no hubiera aprendido a combinarlas aún.

Le pregunté, puesto que era evidente que estaba adaptado a vivir con humanos y conocía perfectamente nuestro modo de vida, qué era lo mejor y lo peor de ser... bueno... uno de los suyos. Me dijo que el mayor problema que tienen es que el Estado no les reconoce como ciudadanos y por lo tanto no tienen derechos civiles, de modo que se veían obligados a trabajar sin papeles, subvenciones por desempleo ni pensiones. Pero por supuesto, si abren una cuenta en un banco o una caja, Hacienda llama a su puerta con una gran sonrisa, un carnet de identidad y una carpeta llena de papeleo bajo el brazo. Este es el principal motivo de que continúen usando ollas para almacenar sus ahorros.

La parte positiva es que cuando un hombre llegaba a su propia casa después de una dura jornada de trabajo y le encontraba allí, antes de hacerle preguntas incómodas -o peor aún: buscar su arma de caza menor- quedaba sorprendido durante el tiempo suficiente para que a mi amigo le diera tiempo a salir de la casa antes de que el marido se diera cuenta de que su mujer y el duendecillo estaban como vinieron al mundo*.

 *no, los leprechaun tampoco nacen vestidos