miércoles, 30 de junio de 2010

El agujero

Corro a un ritmo medio, haciendo ejercicio, por la ciudad.

No conozco la calle en la que estoy. Es peatonal y los edificios que la forman son altos y antiguos.

Es de noche, pero las farolas proporcionan buena visibilidad, incluso con esa luz amarillenta. Me permiten ver que la rejilla que cubre un agujero de ventilación del suburbano (o al menos eso parece: en un agujero profundo, rectangular, de un par de metros de lado) está mal colocada, haciendo equilibrio.

Me desvío unos metros a la izquierda para evitar la rejilla y sigo mi camino.

Al llegar al final de la manzana, me cruzo con una mujer mayor. Parece estar cerca de los setenta por el pelo cano y las arrugas en la cara. Mueve el bastón blanco rítmicamente de lado a lado, golpeándolo repetidamente contra el suelo. Continúa su camino por la calle por la que yo venía.

Giro a la izquierda siguiendo mi camino -sin saber a dónde me lleva-. Unos metros después me doy cuenta de que la mujer es ciega, y de que posiblemente se dirija al agujero con la rejilla inestable.

Doy la vuelta y llego a la esquina. Me asomo y miro.

La mujer va en línea recta hacia el agujero. Aún no ha llegado. Sólo le faltan unos pocos pasos.

Va a tocar la reja con el bastón y pensará que no hay peligro, me digo. Pero en cuanto reciba el peso de la mujer ciega, se caerá. Al vacío. A la oscuridad.

No digo nada. Simplemente miro, agazapado en la esquina, cómo la mujer se acerca al agujero.

Puedo contar con los dedos de una mano los pasos que da antes de que el bastón saque un ruido metálico del suelo. Y con otros dos, su pie se sitúa sobre la reja, lentamente, aumentando el peso sobre éste antes de levantar el que aún apoya en suelo firme.

La reja cede. Cae bajo los pies de la mujer ciega. Ella cae también, sin realizar ningún gesto. Tan sólo deja de andar en su caída al abismo.

Espero algún sonido. Un grito de terror, el sonido metálido de la reja al chocar con el suelo, el crujir de los huesos en un golpe seco.

Pero no se oye nada. Nada. Pasan los segundos y del hueco rectangular en la calle no sale ningún sonido. Sigo escuchando. Pero no se oye nada.

Finalmente me doy la vuelta, dispuesto a seguir mi camino.

Entonces aparece ante mí una mujer, la misma mujer ciega de antes, con su mismo bastón blanco. Viste colores oscuros. Ahora mide al menos cuatro metros de altura. Tan alta y tan cerca que apenas puedo ver su cara.

Desde las alturas, fijando en mí sus ojos blancos, dice "eres una mala persona". Tras unos segundos, quizá esperando una respuesta que no llega, se aleja, golpeando su enorme bastón rítmicamente.

Continúo mi camino, recuperando el ritmo poco a poco.

3 comentarios:

Lou dijo...

poco mal rollo para lo que podía pasar, saliste bien parado ¿eh?, anda si soy yo la ciega te enteras,

Nana dijo...

Hombre, y la mujer gigante ¿no ha sido capaz de darle a usted ni un mal capón por incívico, botarate, y anticonstitucional?
Ya no quedan venganzas como las de antes. Por no hablar de villanos.

nico guau dijo...

tururuní,