lunes, 14 de septiembre de 2009

El Leprechaun

Durante uno de mis varios viajes a las bellas tierras de Irlanda por motivos de trabajo -que gracias a un bote de la lotería europea consistía básicamente en mantenerme el máximo tiempo posible alejado de mi familia- conocí en una taberna, además de a la tradicional docena de borrachos y otra media de alcohólicos, a uno de esos duendecillos que en la isla llaman Leprechaun.

Este ser tan peculiar con el que disfruté varias pintas de cerveza tostada tenía desde luego un estilo de vestir propio que debía ser elegante desde cierto punto de vista -probablemente el de las criaturas feéricas de menos de medio metro de altura. Llevaba un traje negro de raya diplomática roja sobre una camisa negra y una corbata también roja, acompañado de un sombrero rojo con cinta negra y zapatos negros con una gruesa hebilla que, como la que sujetaba la tira del sombrero y los botones del traje era de oro. El oro brillaba como si su función no fuese decorativa sino iluminativa -desde luego no le haría falta llevar un chaleco amarillo en su minicoche. Pero el rojo de su ropa era incluso más llamativo: parece que el diseñador hubiera utilizado metros de tela blanca y una caja de ceras de colores. Y que no hubiera aprendido a combinarlas aún.

Le pregunté, puesto que era evidente que estaba adaptado a vivir con humanos y conocía perfectamente nuestro modo de vida, qué era lo mejor y lo peor de ser... bueno... uno de los suyos. Me dijo que el mayor problema que tienen es que el Estado no les reconoce como ciudadanos y por lo tanto no tienen derechos civiles, de modo que se veían obligados a trabajar sin papeles, subvenciones por desempleo ni pensiones. Pero por supuesto, si abren una cuenta en un banco o una caja, Hacienda llama a su puerta con una gran sonrisa, un carnet de identidad y una carpeta llena de papeleo bajo el brazo. Este es el principal motivo de que continúen usando ollas para almacenar sus ahorros.

La parte positiva es que cuando un hombre llegaba a su propia casa después de una dura jornada de trabajo y le encontraba allí, antes de hacerle preguntas incómodas -o peor aún: buscar su arma de caza menor- quedaba sorprendido durante el tiempo suficiente para que a mi amigo le diera tiempo a salir de la casa antes de que el marido se diera cuenta de que su mujer y el duendecillo estaban como vinieron al mundo*.

 *no, los leprechaun tampoco nacen vestidos

1 comentario:

Cristian dijo...

Aprovecho esta nueva entrada para proponer un nuevo nombre al blog, ya que va a cambiar el diseño, ¿porqué quedarse solo ahí?, propongo llamar a este blog "el caballero que NO dice ni MÚ".

Que el blog esta muy bien pero tardas mazo en escribir jodio.

Un saludete