martes, 5 de abril de 2011

Zombi(e)s - III

Continuación del relato: si no ha leído las entregas anteriores, aún está a tiempo.

Allí estaba yo, en el suelo, rodeado de una marabunta de gente medio podrida, que me escrutaba intentando averiguar si era uno de los suyos o si por el contrario iba a ser el plato principal del día. Se acercaban despacio, con sus ojos (en los casos en que conservaban los dos) puestos en mí. En su estilo habitual, avanzaban despacio, como si intentaran hacerse los interesantes, igual que una novia el día de su boda; pero en esta ocasión yo ya sabía que aquello no iba a terminar bien.

Decidí que lo mejor era intentar convencerles de que era como ellos, así que comencé a emitir uno de aquellos gemidos graves, eternos, monocordes, sin sentido. Aquello no parecía ser suficiente para mi público, así que decidí completar mi actuación con algo de movimiento. Sutilmente agarré el brazo del cadáver andante que me había salvado la vida y lo alcé. En realidad, sólo pude intentarlo.

Al parecer, al menos uno de los huesos de mi antebrazo se había roto en la caída, y presa del miedo por la posibilidad de morir a mordiscos, no había sentido el dolor. Hasta que intenté moverlo, cargando con el peso de un brazo ajeno al mío. Fue entonces cuando mi voz recorrió la escala musical en tiempo récord, desde el sonido gutural de los podridos hasta el grito histérico de una niña malcriada a la que le quitan un juguete. Adiós al camuflaje.

Me dije que había llegado la hora en la que el héroe se enfrenta cara a cara a una legión de enemigos armado tan sólo con su coraje y su voluntad de vivir. Hora de que se ponga en pie y… de que se dé cuenta de que el antebrazo no es lo único que tiene roto. Las costillas no le dejan respirar bien, y desde luego las piernas no están en mejor estado. Imposible andar. Debo alejarme, debo escapar. Sólo puedo intentarlo como un animal, con un brazo inútil y una pierna herida. Un espectáculo lamentable, digno de la mejor película de serie Z.

El estar limitado (muy limitado) en mi movilidad no era el único problema: aquellos seres estaban por todas partes, acercándose lentamente desde todas direcciones. Yo era la piñata de aquel parque infantil y todos los niños querían caramelos. Dulces, dulces caramelos... La gominola de 80 kilos en que me había convertido se arrastraba, esperando un milagro de algún tipo, hacia una camioneta, buscando refugio bajo su carrocería.

No pude alcanzarla: cuando aún me faltaba un metro para tocar su paragolpes, sentí una delgada mano alrededor de mi tobillo. Un mordisco. Otro. Un par de manos más me impedían llegar al vehículo. Más mandíbulas cerrándose sobre mi carne, arrancándome piel y músculo, una tras otra...

Fundido en  negro

5 comentarios:

ESO dijo...

Quiero más!!

Lou dijo...

¡aaaaaaaahhhhhhhhhhhhh!,

la almáciga dijo...

MIEDITO!

El Caballero que dice Ni dijo...

y con esta, ya están publicadas las tres entregas de Zombi(e)s, esperamos que les haya gustado

ESO dijo...

Pero...por qué?!?!?!Vale que en principio fueran tres entregas, pero hay que ser flexibles de vez en cuando, no?