viernes, 15 de mayo de 2009

Consejos (IV)

Hoy, un consejo de abuelo cebolleta para la muchachada:

- ¡Ay, la juventud! ¡Divino tesoro! Recuerdo aquellos días a principios de los años treinta como si fueran ayer, porque aunque no os lo creáis este anciano también tuvo vuestra edad hace muchos años. Vuestra edad, y vuestras inquietudes, vuestros deseos, vuestros impulsos... Y por eso puedo deciros que no podéis ir por ahí viviendo la vida sin pensar, a lo loco, como si no hubiera un mañana. Esas ideas románticas están muy bien para los libros y las películas, pero antes de actuar deberíais pararos dos minutos a meditar sobre las consecuencias de lo que hagáis. Como veo que, por las caras que estáis poniendo, no os voy a convencer, tendré que poneros un ejemplo:

Cuando estuve estudiando en el extranjero con una beca Erasmus era un chaval bastante guapo. Igual que ahora, claro, pero con menos arrugas y viviendo en una residencia en la que el único motivo por el que la gente necesitaba suero era para aguantar la resaca. Así que este español se paseaba por Alemania ligando con todo lo que se movía que llevase falda pero sin una Luger debajo. Normalmente, sobre todo para evitarme la posibilidad de ojos morados y narices rotas, dejaba en paz a las chicas con novio, pero en algunos casos merecía la pena hacer una excepción, como aquella vez que me ligué a una guapa pelirroja casi delante de su novio, un tipo pequeño, bastante enclenque, con un bigotillo ridículo y el pelo negro y lamido. Cuando nos vio fuera del local en una actitud suficientemente explícita como para no poder negar lo evidente, me dijo que pagaría por aquello, que su venganza sería terrible. Como estaba claro que tenía amigos que podrían hacerme pasar un mal rato (porque él, desde luego, no imponía mucho), sólo le dije en actitud chulesca: "¿Sí? Pues búscame en la sinagoga"

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