jueves, 21 de mayo de 2009

El científico

Cuando ya podía prever que finalmente conquistaría el mundo -su mayor deseo desde que podía recordar- al haber derrotado a las mayores potencias militares y conseguido la rendición de un buen número de países, el científico -loco dijeron algunos, ¿quién es el loco ahora? respondía él- maldijo a los dioses de la ciencia.

Y es que tras todos sus años de dedicación y sacrificio a aquel proyecto, podía aceptar muchas cosas, como que sus super-ratones mutados no pudieran comunicarse más que con molestos chirridos -aunque a él le entendían perfectamente, porque todos sabemos que en realidad los ratones son mucho más listos que los humanos, pero disimulan muy bien-, no haber conocido mujer a sus 54 años, que le iban a conceder varios premios Nobel por ser el nuevo soberano de Suecia pero no como reconocimiento a su trabajo o que la tapadera de su base secreta fuera una quesería completamente operativa -con los problemas de olores que genera eso- para resolver las cuestiones de alimentación de sus lacayos mutantes; pero lo que no podía soportar era que ahora, cuando por fin tenía algo de tiempo para descansar y relajarse se dio cuenta de que sus ratones radiactivos seguían sin tener pulgares oponibles por lo que nunca podrían jugar con él a la Play.

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