sábado, 18 de abril de 2009

De cómo me enfrenté al dragón (I)

Ayer, volviendo a casa tras mis actividades nocturnas habituales de fin de semana (tomar unas cervezas, mover el pie al ritmo de la música, hablar con los amigos y, sobre todo, mirar fijamente a las mujeres atractivas del local para que se acerquen y me pidan por favor, oh por favor, que las haga el amor toda la noche), me golpeé con un bolardo cuando iba a cruzar un paso de peatones. Este accidente me recordó a la vez en que me enfrenté al dragón.

Las primeras imágenes vinieron a mi mente porque en aquella ocasión hacía un fantástico día soleado como pocas veces recuerdo, con la brisa del mar acariciando la hierba en la colina, al igual que ayer, que era de noche y caía la de Dios-es-Cristo*. Ésta es la historia:

Dejé mi pequeña barca al pie del acantilado, sobre la orilla, y escalé los miles de centímetros de la pared rocosa hasta la parte superior, encontrando una superficie aplanada cubierta de hierba y pequeña vegetación, bastante agradable, y que ascendía al otro lado de la pequeña isla. Allí lo vi.

El dragón, en realidad, no era excesivamente grande. No lo era más que un elefante asiático. Pero se trataba de un elefante asiático cubierto de escamas oscuras, con alas en lugar de esas orejas desproporcionadas, con garras y colmillos en lugar de trompa, y que en lugar de colmillos de marfil exhala fuego por la boca. Pero no, no era excesivamente grande.

Me acerqué tranquilamente, puesto que ya me había visto pero estaba entretenido asando algún pobre animal, aparentemente un cerdo traído de los pueblos de la costa. El cerdo, por otra parte, no parecía muy contento con la situación, a pesar de estar recibiendo un bronceado rápido gratuito.

Cuando la bestia estuvo satisfecha con la cocción de la carne en sus propios jugos, se la acercó con su inmensa zarpa y me miró fijamente. La mirada del dragón era fría, dura e inteligente: estaba claro que no le derrotaría usando la táctica habitual del periódico enrollado. Llevé mi mano a mi cintura buscando mi espada, y fue entonces cuando recordé dos cosas: que había dejado el arma en la barca, y la reunión con mi maestro antes de aventurarme a este viaje...

[Fin de la primera parte]

-Las tres partes de esta historia las podéis encontrar aquí-
______________


*La de Dios-es-Cristo: para más información consulte en su parroquia, mezquita o iglesia habitual. No pregunte en una sinagoga, que ésos son más del rollo clásico del Viejo Testamento, que es cuando todo eso era mucho más rockero. Lo que me recuerda mi mensaje para el que en teoría está arriba: “Dios, tú antes molabas. Ahora eres un tío mierda

1 comentario:

Anónimo dijo...

La segunda... tercera... y las partes que hagan falta Shi... ya!

Y de anónimo nada... que no se que es esto de los perfiles... Soy Ría