jueves, 1 de octubre de 2009

Viaje a Nueva York - 1.1

8 horas de viaje hasta Philadelphia, volando sobre el océano. La aerolínea es norteamericana, así que las azafatas son estadounidenses y a la mayoría sólo se las oye hablar en inglés, excepto a una de origen latinoamericano que habla español con acento caribeño. Sus compañeros, por otra parte, son suficientente estirados como para que no se les oiga hablar por falta de requerimiento de los pasajeros.

Hacia la mitad del vuelo aparecen la monotonía, la imposibilidad de dormir pegado al pasillo y la previsión de estar otras tantas horas en las mismas condiciones: mis nervios comienzan a verse afectados y llega la impaciencia. Así que inconscientemente practico un baile de cinco pasos, complejo técnicamente pero tan lento que pasan unos minutos entre cada movimiento. Consiste en desesperarse, ponerse en pie, estirarse, resignarse y sentarse. Repetir hasta el agotamiento.

Volamos por encima de las nubes hasta que anuncian que comienza el descenso, la temperatura que encontraremos en el destino, que debemos tener cumplimentados los documentos de aduanas e inmigración, etc. Poco después nos sumergimos en el vapor de agua y las ventanillas muestran todos los colores imaginables entre el blanco y el gris claro. Cuando comienza a dolernos el cuello mirando las nubes, se deshacen ante nosotros y comienzan a mostrar el nuevo continente.

La costa se queda atrás mientras nos acercamos al suelo y podemos comenzar a distinguir colores y texturas en el terreno. Parece que allí donde no hay árboles es porque hubieran sido expulsados para utilizar el suelo en granjas. Granjas multicultivo separadas entre sí: una casa y un establo rodeados de varios rectángulos de colores, normalmente distintas tonalidades de verde y marrón. Poco a poco los terrenos se hacen más pequeños y los edificios se aproximan hasta que, de repente, aparece un pueblo bajo nosotros. Apenas cuatro calles sobre las que convergen las carreteras y los caminos que llegan desde las granjas, y en las que parecen concentrarse los comercios y los edificios públicos. No puedo evitar esbozar una sonrisa recordando en cuántas películas y series aparecen este tipo de pueblos, y comprendiendo que sí, que hemos llegado a los Estados Unidos.

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