martes, 13 de octubre de 2009

Viaje a Nueva York - 1.2

Al parecer mi compañero de asiento no es humano sino una marmota. Es la única explicación que encuentro a que fuera capaz de dormir unas seis horas durante el vuelo a Philadelphia. Cuando le despertó el aviso de que iba a comenzar el descenso -habían transcurrido algo más de siete horas- comprobó que tenía el cinturón abrochado, cambió su postura y, estirando la ligera manta azul del avión hasta cubrir sus hombros, cerró los ojos de nuevo. Al parecer no fue buena idea, porque a mitad de la bajada se despertó con una palidez que sugería que la idea que tenía del Sol la podría guardar en el mismo cajón que la del Ratoncito Pérez y Papá Noel. Fuera lo que fuera lo que le pasaba, cada vez era peor y mayor, así que decidió reciclar la funda de plástico que había contenido la almohada y la manta del avión como posible futura bolsa de... emergencia. Gracias a esto disfruté de unas interesantes vistas porque viendo que no mejoraba, mi enfermo vecino decidió cambiarme el asiento de modo que él estuviera junto al pasillo y yo pudiera pegar la nariz a la ventana durante el resto del descenso. Moraleja: los cambios de presión que se producen al variar la altitud es mejor sufrirlos despiertos.

Una vez en tierra fue mejorando poco a poco, y ya antes de salir del avión estaba restablecido del todo. Fue posible no porque se recuperara rápidamente sino porque tardamos varios cuartos de hora en salir del avión. Las explicaciones del piloto sugerían que había un avión okupa que necesitaba repostar en nuestra puerta de embarque, así que no podían hacer nada hasta que quedase una puerta libre. El tiempo iba pasando mientras mis compañeros y yo hacíamos cálculos del que nos quedaba para atravesar completamente el aeropuerto de Philadelphia y poder tomar el vuelo que nos llevaría hasta Nueva York. Cada vez era menos y aunque suponíamos que la responsabilidad en caso de perderlo sería de la compañía aérea -que operaba ambos vuelos- por no disponer de una puerta libre para nuestro desembarco, la idea de perder el avión cada vez nos gustaba menos. Echando un vistazo al resto del avión parecía que no éramos los únicos con ese problema.

Cuando vimos moverse al avión okupa y alejarse de nuestra puerta, todos los pasajeros nos sentamos, como pistolas cargadas sin seguro, preparados para disparar al mínimo indicio de que las puertas estaban abiertas, pensando en cuántos bultos teníamos en el compartimento superior y juntando los objetos que teníamos a mano para guardarlos cuanto antes en las mochilas y maletines. Nadie decía una palabra: podríamos haber oído el vuelo de una mosca -si no fuera por el constante ruido de los motores-. Al girar el avión la última vez para acoplarse a la enorme manguera cuadrada de pasajeros algunos comenzaban a ponerse de pie muy, muuuy despacio, estirando las rodillas pero con la espalda doblada intentando disimular hasta que alcanzaban una postura absurda propia de un buitre negro con zancos y problemas de alopecia plumífera.

Y finalmente se paró nuestro avión, el pistoletazo de salida para la carrera de 400 metros maletas. Aquello era un sálvese quien pueda, una guerra declarada. Los codazos, empujones, zancadillas y codazos -sí, hubo ración doble de codos- se usaban abiertamente, incluso con la tripulación del avión. Ante nosotros se desplegaba el infierno, el Horror: hombres hechos y derechos lloraban en sus asientos abrazados a la almohada, las Convenciones de Ginebra no existían, los derechos del niño se usaban para envolver bocadillos de lomo con queso, las mujeres embarazadas eran tratadas simplemente como mujeres lentas y torpes, y los hombres embarazados seguían siendo bastante escasos. Al llegar a los pasillos del aeropuerto las maletas pequeñas y los demás bultos que tuviéramos encima se usaban como armas de mano intentando acertar a zonas vitales sin bajar el ritmo de carrera. Las fuerzas del orden se veían sobrepasadas por una marabunta de trescientos pasajeros con los ojos vacíos de sentimientos y los papeles de aduanas e inmigración en la boca. Hasta que, por fin, llegamos a Los Servicios.

-En realidad la salida del avión y el camino hasta el control de inmigración fue bastante normal y sin incidentes, quizá más rápida de lo habitual pero lo típico en cualquier viaje. La dramatización anterior es una licencia que se permitirá para la futura película basada en estas memorias de viaje-.

El control de inmigración fue bastante sencillo: unas preguntas elegidas aparentemente al azar sobre el motivo del viaje y alguna más personal pero ligeramente conectada con el viaje al país. Con el tiempo que quedaba para poder tomar el próximo avión en la cabeza no hubo lugar para los nervios. Recoger las maletas y el control de aduanas fue igualmente sencillo. Unas cuantas carreras más hasta dejar el equipaje de nuevo y llegar al control de seguridad de pasajeros, esta vez quitándonos también el calzado, además del cinturón, sacar la cartera y el teléfono de los bolsillos, sujetar la tarjeta de embarque y el pasaporte con la boca... y de nuevo a ponerse los complementos y abrocharse el cinturón por el camino. Pasamos de largo junto a unos monitores con la información de los vuelos, pero afortunadamente el último de nosotros se dio cuenta y nos hizo parar: hora de buscar el vuelo.

 - La Guardia, La Guardia... no... no me... comprueba el número de vuelo... pues sí...

Efectivamente allí estaba nuestro vuelo: junto al nombre de la compañía y el número de vuelo aparecían dos horas diferentes y la palabra 'DELAYED' en perfectas mayúsculas, riéndose de nosotros. La diferencia entre la hora teórica y la prevista era de más de sesenta minutos... así que por fin recuperamos el aliento y caminamos a una velocidad normal el resto del paseo hasta nuestra puerta de embarque, no sin antes mentar a las madres de las autoridades aeroportuarias de Philadelphia una vez más. Aún así, como en aquel país son muy educados con los saludos y las despedidas, los carteles de las tiendas nos daban la bienvenida a 'Philly':





- Todas las entradas de "Viaje a Nueva York" están disponibles aquí -

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es de agradecer que alguien escriba lo que siente al realizar un viaje. Lo has relatado muy bien, sin duda. Ahora te espera el "sol naciente", mientras llega, esperamos un nuevo relato de NY.