miércoles, 10 de febrero de 2010

Jiménez-Giménez aerotransportado

Jiménez-Giménez llegó con no demasiada antelación, así que tras pasar los controles de seguridad se dirigió directamente a la puerta de embarque que indicaba su billete. El trayecto no era corto ni fácil: tuvo que andar una buena distancia, tomar un pequeño tren que le llevara a la otra punta del aeropuerto, seguir caminando sobre los pasillos automáticos de su terminal y finalmente cruzar a nado el foso que le separaba de la puerta, ya que habían subido el puente levadizo. Esto último fue lo más complicado por lo que pesaba su equipaje de mano, ya que le gustaba meter en el maletín un traje de plomo para protegerse de la radiación si fuera necesario hacer una radiografía de urgencia en pleno vuelo.

Tras atravesar la puerta de embarque y saludar a las auxiliares de vuelo mientras se acordaba de sus madres -por el asuntillo del puente, no sabemos si las conocía realmente-, subió finalmente al águila, que era de tamaño medio, pues se trataba de un puente aéreo entre dos ciudades de su país que no estaban demasiado alejadas: que no fuera adulta facilitaba las tareas de despegue puesto que no se distraería mirando a sus polluelos en lo alto de la torre de control. Ocupó su asiento junto a un tipo ancho que parecía estar dormido y en cuanto el avión se estabilizó se distrajo leyendo canciones.

Cuando las auxiliares de vuelo terminaron de hacer las labores habituales tras el inicio del vuelo comenzaron a servir el almuerzo, que consistía en una mezcla de verduras y arroz con una carne de procedencia indefinible, todo ello acompañado de una bolsita de cerdos de gominola, un flan poco más grande que el dedal de una anciana y una bebida a elegir. Cuando terminó con la canción que estaba leyendo y se dispuso a llenar el estómago, Jiménez-Giménez se dio cuenta de que no tenía pan, así que le preguntó a su vecino -que se había despertado con los primeros olores a comida aerotransportada y se encontraba ya en plena faena- que le contestó:

 - El pan está sobrevalorado, los cerdos de gominola son mucho mejor acompañamiento.

Sin añadir más, y con un gesto de resignación -puesto que era un hombre de costumbres-, Jiménez-Giménez se preparó a dar cuenta del plato principal, dejando a un lado la bolsa de gominolas. Cuando el hombre corpulento se percató de que no parecía que los fuera a comer, le preguntó a nuestro protagonista si podía disponer de sus porcinos embolsados y sonrió cuando recibió una respuesta afirmativa. Habiendo terminado con la miserable existencia de su miniflan e intentando entablar una conversación en gesto de agradecimiento, aquel hombre grande comentó que aquéllos eran unos de los mejores cerdos de gominola que había probado y comenzó a leer algunas secciones del envoltorio con atención, entre ellas los conservantes, colorantes, acidulantes, edulcorantes, etc. de su composición, o la cantidad de cochinos que contenían:

 - Contiene entre pi cuartos y ochentaytrés

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