jueves, 14 de enero de 2010

Viaje a Nueva York - 1.3

Así que allí estábamos, tirados como perros, sentados junto a nuestra puerta de embarque en el aeropuerto de Philadelphia. Y aunque tenía en la mochila una bolsita de cacahuetes con miel que nos acompañó durante los miles de kilómetros del viaje transatlántico y el minibocadillo que nos dieron en el avión un rato antes de descender, no podía dejar de pensar en una rebanada de pan ligeramente tostada cubierta por una generosa capa de queso blanco y cremoso. Mmm... Al final tuve que comerme el bocadillo. Y acompañarlo con los cacahuetes, claro -éstos los compartí con mis compañeros-.




Poco después decidimos dar una vuelta por la terminal porque algo había que hacer para matar el tiempo. En general el aeropuerto no tenía nada que nos llamase la atención: tiendas de souvenirs y para comprar esas pequeñas cosas que notamos que nos faltan al llegar al aeropuerto, y locales de comida rápida. Creíamos que no tenía nada especial. Hasta que llegamos al bar: daba la impresión de que al hacer la inversión inicial los socios habían escrito un cero de más en los cheques y que el decorador había destinado el presupuesto extra a grifos de cerveza y a televisores.

Los grifos de cerveza salían de la barra de forma caótica: los tubos de metal se retorcían adelante y atrás, arriba y abajo; preguntándose unos a otros hacia dónde tenían que ir, sin que ninguno lo tuviera muy claro. Unos llegaban más alto que otros, pero todos estaban coronados con los carteles de sus respectivas marcas. Aquella selva de metal, aquellos de colores encerraban tantas sutiles diferencias del elixir dorado y nosotros teníamos sin embargo tan pocos días para probarlos... un sentimiento de impotencia me abrumó.

Pude superar mi desolación con dificultad para seguir observando el entorno, dominado por los televisores detrás de la barra: no había más de un metro de separación entre un aparato y otro en la pared, por encima de las cabezas de los camareros. Y esta pared no era corta precisamente, ya que el alargado bar tenía la barra en medio y esta hacía el camino de ida y vuelta, dejando pasillos a ambos lados en los que se encontraban los asientos de los bebedores solitarios, una estrecha zona de paso y unas altas mesas redondas con sus correspondientes taburetes. Por supuesto, el sitio estaba lleno de parroquianos que gracias al exceso de televisores no necesitaban girar el cuello más de treinta grados. Ni pensar demasiado, porque el resultado era hipnótico. En el 80% de los aparatos, como no podía ser de otra forma, emitían noticias de béisbol, partidos o sus resúmenes: estábamos en plena temporada.

Ah, el béisbol...

 
- Todas las entradas de "Viaje a Nueva York" están disponibles aquí -

3 comentarios:

Marta dijo...

te fuiste de viaje con menores?

El Caballero que dice Ni dijo...

ya les gustaría rondar los 18!
por desgracia para ellos dejaron de ser menores hace tiempo...

javiswift dijo...

me gusta la foto con los caretos pixelados, como si fuerais delincuentes o maderos